
Me siento a escribir sobre Camboya y aún no sé ni por dónde empezar. Porque, hablar de Camboya, es hablar de un sentimiento irracional que se apoderó de mí nada más cruzar la frontera, y que a día de hoy sigue agarrado a mi pecho.
Hablar de Camboya es hablar de sensaciones encontradas a cada momento. Es hablar de frustración al darte cuenta de la realidad en la que vive, y es hablar de compasión, por su pasado y por su presente. Es hablar de comprensión, querer entender que al no tener la opción de elegir, su manera de actuar y de ser es una consecuencia de la que no se les puede responsabilizar, pero es hablar también de incomprensión, cuando levantas la mirada y observas ciertas actitudes o comportamientos inaceptables, que precisamente por todo lo que ha vivido como país, no deberían permitir.
Es hablar de belleza, de las personas individuales y es hablar del horror más absoluto, al ver en lo que muchas de ellas se convierten. Es ver la vida en color verde, como su naturaleza, y es verla gris, como las cenizas de sus campos. Es afrontar el día a día con una sonrisa franca, la que muchos de ellos te brindan cada mañana, pero es también afrontarlo con una mirada de desconfianza, la que te generan muchos otros al ver como tratan de aprovecharse del viajero. Y casi siempre sigue el mismo patrón. Cuanto más te alejas de los puntos turísticos, más sincera es la sonrisa. Cuanto más te adentras en los lugares más explotados, más en guardia debes estar.
Porque no puedes hablar de Camboya, sin hablar de su gente. Y por gente, quiero decir niños en un 80% de las ocasiones. Porque en lo que más reparan tus ojos mientras recorres la vida camboyana es en la cantidad de niños y niñas a cada paso. Niños que van al colegio desde los 5 hasta los 12 años, un colegio que abre sus puertas desde las 7 de la mañana y hasta las 11. Cuatro horas en el mejor de los casos, donde los niños aprenden lo básico en las materias típicas escolares. A partir de las once, son libres para hacer lo que quieran o para simplemente, no hacer nada. Y a partir de los 12 años, nos han contado que tienen educación secundaria gratuita. La triste realidad es que, más allá de las ‘grandes ciudades’, a partir de esa edad no hemos visto ni un colegio para adolescentes, y los hemos visto ya trabajando.
Niños que aprenden a montar en moto desde la cuna, prácticamente. Lo más normal del mundo es ver a un chaval de 9 años llevando al colegio a sus hermanos de 7 y 5 años. Tan a gusto. Y también es normal ver a dos chavales de unos 12 años montando en moto como si no hubiera un mañana, sin ningún tipo de control o seguridad. Y que a nadie le extrañe. Que nos hubieran dado a cualquiera de nosotros una moto de 125cc cuando teníamos esa edad… a ver lo prudentes qué habríamos sido.
Niños que gritan el ‘Hello’ con la mayor de las ilusiones, desde el lugar en el que estén, hasta que te detienes y les saludas. Después, no esperes seguir manteniendo una conversación, reirán a carcajada limpia cuando te pares, y probablemente muchos de ellos saldrán corriendo. Digo niños, pero sin haber hecho un estudio en profundidad, juraría que hay muchas más niñas que niños en este país! Lo cual no es demasiado bueno, teniendo en cuenta el futuro que les espera a muchas de ellas.
Niños, que desde que son eso, niños, ya reciben la responsabilidad de tener que ponerse a trabajar. Gestionando el negocio de sus padres. Ya no digo, simplemente trabajando, que también hay muchos, sino gestionando. Lo que significa en la mayor parte de los casos, el caos y descontrol absoluto. Un restaurante, un taller, una gasolinera o una tienda de alquiler de motos. Lo hacen como pueden, como saben. Como han aprendido. Mientras, muchos de sus padres extienden la hamaca en la trastienda y ven la vida pasar.
Porque hablar de Camboya, es hablar de ser capaces de mantener la postura horizontal durante horas y horas. Hace mucho calor, eso es cierto. Por eso las casas están construidas sobre unos pilares de madera que las otorgan cierta altura, de manera que estén ventiladas, y dejan bajo la estructura de la casa un pequeño o gran espacio que es donde los camboyanos hacen la vida, a la sombra. Ponen la hamaca, instalan la plataforma de bambú sobre la que comen, lavan la ropa… Eso sí, las escaleras de acceso a la casa suelen ser de lo más espectaculares. He llegado a verlas hasta de mármol. Casas cerca de las carreteras, que es en dónde tiene lugar la vida, y casas que también suelen dar cabida a pequeños huertos y a animales domésticos. Patos, muchos patos. Gallinas, gallos, pollitos. Búfalos ‘domésticos’, lo que prácticamente equivale a nuestras vacas. Y salamandras, muchas salamandras. Hablar de Camboya es mirar cualquier pared y encontrar una salamandra vigilante.
Muchas de estas familias, una al lado de la otra, viven exactamente de lo mismo. En función de la zona. Hay muchísimas plantaciones de pimienta. Anunciadas en carteles en la carretera. Y, por si te despistas, cuando vas pasando los pueblos, ves la red que extienden frente a sus casas con la pimienta recogida secándose al imponente sol camboyano. También hay muchas plantaciones de palma. Infinitas. Y, de caucho. Un negocio llevado a Camboya por los vietnamitas que inunda hoy en día hectáreas y hectáreas de campo. Y si hablar de Camboya es hablar de sus plantaciones, es también hablar de sus incendios. Porque no sé que hemos visto más, si árboles de caucho o humaredas que anunciaban un incendio más. Son constantes. Y sí, muchos son consecuencia de que queman la basura al lado de la carretera, pero muchos otros no. Muchos otros tienen un fin comercial detrás, muy claro.
Hablar de Camboya y su gastronomía es un reto. Porque la falta de comunicación en la mayor parte de los casos, hace difícil entender qué puedes comer que se parezca a lo que ellos comen. Pero sí hemos probado su plato estrella, buenísimo. Cocinado de diferente manera según la zona del país, pero muy típico. El ‘Amok’, que puede ser con pollo, carne o pescado. Y siempre con un plato de arroz. Sería el equivalente al curry indio, pero más suave y con otras verduras. También es famoso el lok lak, que es otro tipo de pollo en salsa muy sabroso, acompañado, de nuevo, por arroz. Se estilan las brasas. Y es corriente ver puestos callejeros con pequeñas barbacoas plagadas de pinchos de carne, salchichas o pescado. Y algo que nos ha sorprendido, muy positivamente, es el pan en Camboya! Gracias, franceses, por haber introducido la cultura de la ‘baguette’ en este país. La primera vez que nos pusieron una baguette calentita en el desayuno, tuvimos que frotarnos los ojos varias veces para creerlo! El pan. Una de las cosas que más echamos de menos y que aquí, en Camboya, ha sido un deseo concedido.
Hablar de Camboya es hablar de sus mercados. En cualquier ciudad medianamente grande, la vida gira en torno al mercado central. En la ciudad de Battanbamg estuvimos en el mercado central, y lo que contemplan tus ojos puede ser perjudicial para que luego te atrevas a probar cualquiera de sus guisos. Eso sí, probablemente enfocado a turistas, hay mucha tradición de los batidos o zumos de frutas. Plátano, mango, manzana… tienen incluso de aguacate, sumándose a la moda ‘healthy’ que impera en el mundo occidental.
Hablar de Camboya es sin duda hablar de Angkor Wat. Un lugar que recibe más de dos millones de turistas al año tiene que ser impresionante. Y lo es. Absolutamente lo es. Contemplar el templo principal mientras sale el sol puede ser algo mágico. Los colores que va tomando el cielo y cómo se reflejan en el templo y el lago, te trasladan a otra época. Eso sí, hay que hacer un fuerte trabajo de abstracción, para no reparar en los más de 2.000, 3.000 o incluso 5.000 personas que tienes a tu lado, tratando de hacer ese mismo ejercicio de abstracción que tú.
Una vez pasa la hora del amanecer, la cosa mejora significativamente. Angkor es tan grande y tiene tantos templos por conocer, que sea cual sea la forma que hayas elegido para recorrerlos, puedes encontrar rincones tranquilos y absolutamente espectaculares. Tienes la opción de comprar entrada para 1 día o para 3 (incluso para 7 días!). Antes de ir pensaba que 3 días era una locura. Pero, una vez allí, creo que no es ninguna tontería si quieres apreciar al detalle y disfrutar con calma de un lugar como probablemente no hay otro igual.
Camboya presume de tener un ‘Wild East’, que es la zona que empieza en Kampong Cham, sube hacia la región de Mondulkiri y llega hasta la de Ratanakiri. Una zona que ha empezado a desarrollarse a consecuencia del interés de China por las minas de piedras preciosas del país. Así se explica la inversión que se ha hecho y todavía se está haciendo en carreteras. Ya que, a día de hoy, hablar de Camboya es hablar de una red de carreteras bastante aceptable para ser un país subdesarrollado y bien conectada entre grandes ciudades. Pero, el ´Wild East´ cada vez es menos Wild. Sobre todo, cada vez es menos verde. Ya que la deforestación está avanzando a pasos agigantados. Aún así, es una zona que nos ha gustado mucho. Observas una Camboya más tranquila, más rural. Con cascadas inspiradoras, parajes naturales preciosos, y una infraestructura para el viajero más que aceptable.
Y, cada vez más, hablar de Camboya es también hablar de playas de arena blanca y aguas cristalinas. Las que podrás encontrar en la isla de Koh Rong y probablemente en otras muchas, que no hemos tenido la ocasión de conocer. Koh Rong cada vez se parece más a las islas de su vecina Tailandia. Tanto en las posibilidades que ofrece de manera natural como las que se están creando para el turista. Lo que conlleva unos precios muy por encima de lo que encuentras en el resto de Camboya. Eso sí, según la zona que escojas de la isla la sensación será absolutamente relajante y placentera o, de nuevo, totalmente frustrante. Al ver kilos y kilos de basura a las orillas de algunas de las playas. Basura que no recoge nadie si no hay un resort cercano.
Y es que, hablar de Camboya es hablar de una relación calidad – precio en cuanto a los alojamientos buenísima. Por menos de 8 euros la habitación, encuentras sitios súper agradables. Básicos en algunos casos, pero limpios. Y, en prácticamente todos, con un wifi bien potente. Aunque te compensa comprar una tarjeta SIM camboyana si vas a estar varios días por allí. Cuesta tan sólo 1 dólar, y por otro más tienes Internet casi ilimitado durante una semana. Y el 4G… va increíblemente bien hasta en las zonas más remotas!
Hablar de Camboya es hablar del Mekong. Un río con historia. Un río que en ocasiones es casi como un mar. Con sus islas y su vida particular en cada una de ellas. Sus pescadores. Sus barcos. Sus ferrys. El lugar en el que muchos camboyanos pueden darse una ducha. O lavar su ropa. Cuando está el río cerca, la miseria desaparece un poco. Porque, al menos, tienen agua. Para abastecerse ellos mismos, para dar a sus animales, para regar sus huertos. Para pescar. Recorrer el Mekong en alguno de sus tramos es una experiencia preciosa. Especialmente, en ese momento en el que cae el sol. Si además lo haces en las cercanías de la ciudad de Kratie, podrás ver a tu alrededor, muy cerquita, grupos de delfines que todavía habitan en las aguas de este río.
Hablar de Camboya es hablar de sus talleres. De moto. Porque hay más motos que personas, casi. Y, por tanto, hay talleres cada pocos kilómetros. Talleres, donde todo es posible. Donde el precio de la mano de obra y de los arreglos es tan humilde como el propio taller. Sin embargo, la experiencia y destreza que demuestran sus mecánicos te hace confiar en que no importa lo que le suceda a tu moto, porque seguro que te lo arreglarán sin que eso te suponga un imprevisto destacable a nivel de presupuesto. Además, puedes tener la tranquilidad, de que si se te avería la moto en plena carretera, cualquier pick up o van que pase, te echará una mano y subirá la moto al coche. Sin problema. Incluso, si te quedas sin gasolina, puedes estar tranquilo si utilizas la técnica camboyana de repostaje. Paras a la primera moto que pase. Rescatas una una botella de plástico de las mil que hay tiradas a los lados de la carretera. Les pides un tubo que siempre llevan consigo, y tras hacer la técnica del ‘soplido’ en el depósito, el tubo llenará de gasolina la botella en menos de un par de segundos.
Hablar de Camboya en el mes de enero, es hablar de sus bodas. Sí, de nuevo, las bodas. Nos hemos dado cuenta en estos meses viajando que una boda ya pone de manifiesto mucho acerca de la cultura y tradiciones de un país. Como no podría ser de otra manera, en las bodas camboyanas los padres de la novia lo dan todo. La inversión, teniendo en cuenta la humildad con la que viven, es imposible de entender. Carpas, altavoces, photocall, regalos, comida y bebida infinita, trajes de lujo… incluso hemos llegado a ver escenarios con grupos de música actuando en directo. Si estás en Camboya, y ves en cualquier lugar un arco decorado, una carpa y muchas sillas, estás ante una boda. Que dura un par de días, con todas sus consecuencias. Porque como en la puerta de tu hotel hayan instalado una, lo cual es bastante corriente, o te unes a ellos – lo cual les hará mucha ilusión – o prepárate a no dormir en dos días. Porque si en algo no escatiman, es en watios para el sonido.
Hablar de Camboya es, en nuestro caso, haber puesto en práctica de verdad el slow travel. Con la paciencia y tranquilidad que ello supone. Porque ha habido muchos días en los que, simplemente, hemos recorrido unos kilómetros con la moto, hemos paseado, hemos observado la vida cotidiana, y así… ha pasado el día. Para dos culos inquietos como nosotros, en ocasiones no ha sido del todo fácil. Pero nos ha servido de aprendizaje. Ya que es un país que te ofrece mucho más por lo que es y por lo que te hace sentir, que por lo que ves.
Como contaba en el anterior post, es un país que ‘me duele’, en muchos sentidos. Y que me ha hecho reflexionar. Muchísimo. Creo que ahora mismo necesito un tiempo para querer volver aquí. Y, probablemente, si lo hago, sea para poder involucrarme en alguna organización o entidad solidaria, que es cierto que hay muchísimas por todo el país, poder ayudar desde dentro y conocer un poco más y mejor la vida de la Camboya más auténtica.

Angel
febrero 5, 2018Tendremos que volver…
Maria
febrero 5, 2018Sí…necesitamos un poco de tiempo, pero sí…
Flashpackers por el mundi
febrero 6, 2018Muy bueno, qué recuerdos! Nosotros también llegamos hasta el “Wild east” y siempre recordamos lo contentos que estamos de haber llegado hasta allí.
Es verdad que Camboya es un país de contrastes, pero para nosotros sobre todo fue descubrimiento constante!
Ultimamente también hemos estado reorganizando Camboya en nuestras mentes y nuestro blog 🙂
Maria
febrero 7, 2018Muchas gracias por leer y por compartir impresiones! Totalmente de acuerdo en que es un aprendizaje constante. Nosotros tenemos que procesar aún…Un abrazo